Ellen Barry y Hari Kumar / The New York Times

NUEVA DELHI.- La policía en la Isla Andamán del Sur sabe qué hacer cuando integrantes de la aislada tribu nativa jarawa se aventuran a entrar en las aldeas que los rodean esperando robarse arroz y otros productos apreciados o, por alguna razón, prendas de color rojo. Los mandan de regreso a los jarawas al rectángulo de 500 km2 de bosque que se destinaron para la tribu, donde se espera que sobrevivan cazando y recolectando como lo han hecho durante siglos.

La inspectora Rizwan Hassan, cuyo distrito policial incluye una zona “parachoques” junto a la reserva de la tribu, tiene órdenes claras: interferir lo menos posible en la vida tradicional de la tribu, a la que India valora como el último remanente de una civilización del Paleolítico. Esto no la preparó para la demanda penal que se presentó en su estación en noviembre. Había muerto un bebé de cinco meses y testigos se presentaron voluntariamente por lo cual la policía, por primera vez en la historia, tuvo que confrontar la posibilidad de aprehender a un jarawa bajo sospecha de asesinato.

Los jarawas, según un genetista, son el pueblo “más enigmático” del planeta y se cree que emigraron desde África hace 50.000 años. Tienen la piel muy oscura, son bajos y, hasta 1998, vivían en aislamiento cultural completo. Además, les disparaban flechas a los forasteros si se acercaban demasiado. Después de que la tribu hizo las paces con sus vecinos, la India tomó medidas para minimizar el contacto entre los jarawas y el mundo que los rodea, esperando evitar las catástrofes que les sucedieron a los pueblos aborígenes en otros países, como EEUU y Australia, cuando los colones les transmitieron los gérmenes y el alcohol.

Pero el contacto se está dando. Trabajadores comunitarios visitan los campamentos de la tribu y los jarawa reciben asistencia médica en pabellones aislados de los hospitales. Cazadores furtivos entablaron relaciones con miembros de la tribu para intercambiar alimentos por ayuda o para sacar cangrejos o pescados. Como resultado de esos encuentros -según la policía-una madre soltera jarawa tuvo un infante de piel clara, evidencia de que genes extraños habían llegado al grupo puro.

El asesinato de un bebé

Entre los primeros a los que se alertó sobre el nacimiento de un bebé mestizo estuvo M. Janagi Savuriyammal, funcionaria tribal de bienestar, de 24 años, cuya oficina está ubicada junto a un arroyo infestado de cocodrilos, en el límite de la reserva de la tribu.

No es ningún secreto que, en el pasado la tribu haya realizado asesinatos rituales de infantes que nacieron de viudas o -mucho más raro- cuyos padres eran forasteros. El doctor Ratan Chandra Kar, un médico del gobierno indio que escribió las memorias sobre su trabajo con los jarawas, describió una tradición: a los recién nacidos los amamanta cada mujer que esté lactando antes de que uno de los mayores de la tribu lo estrangule para conservar la llamada “pureza y santidad de la sociedad”. El galeno se enteró de al menos siete casos de este tipo en los 12 años de su gestión. Las caras de los niños lo perseguían, escribió en su libro, pero agregó que nunca estuvo preparado para interferir con las costumbres y los rituales de la tribu.

La funcionaria Savuriyammal asumió un punto de vista diferente. Cuando supo que algunos miembros de la tribu no querían que el bebe creciera, ella y su personal iniciaron una campaña de persuasión y presentaron argumentos en contra de matar criaturas y pusieron un trabajador social cerca de la reserva para cuidarlo.

Ella no era la única que pensaba que el niño corría peligro. Rooby Thomas, quien supervisa los pacientes jarawas en el hospital cercano a la reserva vio al niño cuando su madre lo llevó para su revisión. Se alarmó tanto al ver el tono de su piel que puso un biombo para esconderlo. “Aislé a ese bebé de otros jarawas”, contó. “Oí que matan a los que no son jarawas”.

Habían pasado cinco meses cuando Savuriyammal recibió una llamada de alarma de un integrante de su personal de campo en la dependencia. Se apresuró a llegar al campamento y encontró que había desaparecido el nene y su madre lloraba en silencio.

Dos testigos, ambas mujeres, le dijeron a la policía que la noche anterior habían visto a un jarawa Tatehane, bebiendo licor con un forastero que había entrado ilegalmente en la reserva. Después, Tatehane fue a la choza de la madre y tomó al bebé, que estaba junto a ella, antes de que se despertara, informó un periódico local, citando a las dos testigos. Luego éstas encontraron el cuerpo del infante sobre la arena, ahogado.

Savuriyammal presentó una denuncia penal en la policía, pero se encontraban en terreno desconocido: en 200 años de enfrentamientos fatales entre la tribu y colonos británicos e indios, nunca se había mencionado como sospechoso de un delito a alguno de aquellos.

Detenidos

Las autoridades detuvieron a dos hombres que no pertenecían a la tribu, identificados en la denuncia penal: un muchacho de 25 años, que se cree era el padre del infante, al que se acusó de violación, y a un hombre que le dio licor a Tatehane y al que se acusó de incitar al asesinato y de interferir con las tribus aborígenes.

Sin embargo, no aprehendieron al jarawa Tatehane, aun cuando estaba acusado de asesinato. En cambio solicitaron guía al departamento de bienestar tribal, dijo Atul Kumar Thakur, el superintendente de la policía de Andamán del Sur, quien está supervisando la investigación. Hassan no estaba autorizada para hablar sobre el caso.

Había otros problemas. Cuando Hassan le pidió a un mayor tribal que la condujera al cadáver del niño, el hombre solo dijo que lo había llevado muy adentro de la selva, hasta donde la tradición dicta que deben dejarse los cuerpos durante meses, hasta que se puedan sacar los huesos secos.

Cuando la inspectora presionó más duro, el mayor la miró con perplejidad y le dijo que el infante ya no estaba en ese sitio, sino que se había unido a sus antepasados en otro lugar, contó Savuriyammal, quien presenció la conversación.

Cuando Hassan persistió, contó ella, el mayor solo sacudió la cabeza. “Si te doy el cuerpo, el mundo empezará a temblar y moriremos todos”, dijo el mayor. Ante eso, contó Savuriyammal, la inspectora concluyó el interrogatorio.

Integrar o dejar ser

Aun antes de que la policía supiera del asesinato del bebé, las autoridades de la Isla de Andamán del Sur batallaban con la cuestión de si permitir a los jarawas, clasificados como “grupo tribal particularmente vulnerable”, que tuvieran mayor acceso al mundo exterior.

El más alto funcionario en las Islas de Andamán, el teniente gobernador A.K. Singh, dijo que cuando tomó el cargo en 2013 se encontró con dos escuelas de pensamiento. La de funcionarios y académicos de izquierda sostenía que “cualquier contacto de la tribu primitiva con la civilización moderna ha sido perjudicial”, explicó. La otra cuestiona cómo el gobierno pudo negarle a la tribu los beneficios de la vida moderna. “La humanidad ha progresado a saltos y pasos agigantados ¿Han de quedarse en ese estadio?”, comentó Singh.

Singh introdujo programas que les dan empujoncitos a los jarawas hacia una mayor integración social: lecciones de lectura y escritura, y la distribución de ropa a cambio de canastas hechas a mano. A los especialistas les preocupa el ritmo del cambio, como a S.A. Awaradi, el director del Instituto de Investigación Tribal de Andamán y Nicobar, quien describe a la tribu como “nuestro patrimonio humano”. “Esta ha sido una civilización autosuficiente durante miles de años”, dijo Awaradi. “Al manejarla mal, estás creando un desatino de civilización”. “Básicamente -añadió-, el contacto es la madre de todos los males”.